El arte perdido de convivir sin celulares

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Ese aumento global sincronizado de la soledad adolescente sugiere una causa global, y la época coincide para atribuir esta situación a los teléfonos inteligentes y las redes sociales por ser los principales causantes.

Los autores son psicólogos que estudian el efecto de los celulares y las redes sociales sobre nuestras vidas y salud mental.

Cuando los estudiantes vuelvan a la escuela en las próximas semanas, se prestará mucha atención a su salud mental. Muchos problemas se atribuirán a la pandemia de la covid, pero en realidad hay que ir más atrás, a 2012.

Fue entonces cuando las tasas de depresión, soledad, autolesiones y suicidio de los adolescentes empezaron a aumentar de manera drástica en Estados Unidos. En 2019, justo antes de la pandemia, las tasas de depresión entre los adolescentes casi se habían duplicado.

Cuando empezamos a ver estas tendencias en nuestro trabajo como psicólogos que estudian a la generación Z (las personas nacidas después de 1996), quedamos perplejos. La economía estadounidense mejoraba de modo constante durante esos años, por lo que no podía atribuirse esa situación a los problemas económicos derivados de la gran recesión de 2008. Era difícil pensar en algún otro acontecimiento nacional de principios de la década de 2010 que repercutiera en los siguientes diez años.

Ambos llegamos a sospechar de lo mismo: los celulares en general y las redes sociales en particular. Jean descubrió que 2012 fue el primer año en que la mayoría de los estadounidenses poseía un teléfono inteligente; en 2015, dos tercios de los adolescentes también tenían uno. Ese fue también el periodo en el que el uso de las redes sociales pasó de ser opcional a ser omnipresente entre los adolescentes.

Jonathan descubrió, mientras escribía un ensayo con el tecnólogo Tobias Rose-Stockwell, que las principales plataformas de redes sociales cambiaron a un nivel profundo de 2009 a 2012. En 2009, Facebook añadió el botón de “me gusta”, Twitter agregó el botón de “retuit” y, en los años siguientes, las cuentas de los usuarios se convirtieron en algoritmos basados en la “interacción”, que en esencia se refiere a la capacidad de una publicación de provocar emociones.

En 2012, como ahora todos sabemos, las principales plataformas habían creado una máquina de indignación que hizo que la vida en línea fuera mucho más desagradable, más rápida, más polarizada y más propensa a incitar la humillación performativa. Además, a medida que Instagram se volvía más popular durante la siguiente década, tuvo efectos particularmente fuertes en las niñas y mujeres jóvenes, pues la red las invitaba a “comparar y desesperarse” mientras observaban las publicaciones de amigos y extraños cuyos rostros, cuerpos y vidas se habían editado una y otra vez hasta que muchos estuvieron más cerca de la perfección que de la realidad.

Desde hace muchos años, algunos expertos afirman que los celulares y las redes sociales perjudican a los adolescentes, mientras que otros han desestimado esas preocupaciones como otro pánico moral, no diferente de los que acompañaron la llegada de los videojuegos, la televisión e incluso los cómics. Uno de los argumentos de peso que proponen los escépticos es este: el celular se adoptó en muchos países de todo el mundo más o menos al mismo tiempo, así que ¿por qué los adolescentes de todos esos países no están experimentando más problemas de salud mental, como los estadounidenses? ¿Dónde están las pruebas?

Esa es una pregunta difícil de responder porque no hay ninguna encuesta mundial sobre la salud mental de los adolescentes con datos anteriores a 2012 y que continúen hasta el presente. Sin embargo, hay algo parecido. El Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos (PISA, por su sigla en inglés) ha encuestado a jóvenes de 15 años en decenas de países cada tres años desde el año 2000. En todas las ediciones, excepto dos, la encuesta incluía seis preguntas sobre la soledad en la escuela. La soledad no es lo mismo que la depresión, pero están correlacionadas: los adolescentes solitarios suelen ser adolescentes deprimidos, y viceversa. Además, la soledad es dolorosa incluso sin depresión.

Entonces, ¿qué muestra la encuesta PISA? En un artículo que acabamos de publicar en The Journal of Adolescence, informamos que en 36 de 37 países, la soledad en la escuela ha aumentado desde 2012. Agrupamos a los 37 países en cuatro regiones geográficas y culturales, y encontramos el mismo patrón en todas las regiones: la soledad de los adolescentes se mantuvo relativamente estable entre 2000 y 2012, pues menos del 18 por ciento reportó altos niveles de soledad. Sin embargo, en los seis años posteriores a 2012, las tasas aumentaron de manera drástica. Prácticamente se duplicaron en Europa, América Latina y los países de habla inglesa, y aumentaron alrededor del 50 por ciento en los países de Asia Oriental.

Ese aumento global sincronizado de la soledad adolescente sugiere una causa global, y la época coincide para atribuir esta situación a los teléfonos inteligentes y las redes sociales por ser los principales causantes. Pero ¿no podría ser solo una coincidencia? Para poner a prueba nuestra hipótesis, buscamos datos sobre muchas tendencias mundiales que podrían influir en la soledad de los adolescentes, como la disminución del tamaño de las familias, los cambios en el PIB, el aumento de la desigualdad de ingresos y el incremento del desempleo, así como el aumento del acceso a los celulares y de las horas de uso de internet. Los resultados fueron claros: solo el acceso a los teléfonos inteligentes y el uso de internet aumentaron al mismo tiempo que la soledad de los adolescentes. Los demás factores no estaban relacionados o tenían una correlación inversa.

Esos análisis no demuestran que celulares y las redes sociales sean las principales causas del aumento de la soledad de los adolescentes, pero sí que otras causas son menos plausibles. Si alguien tiene otra explicación para el aumento global de la soledad en la escuela, nos encantaría escucharla.

Llevamos a cabo una amplia revisión de las investigaciones publicadas sobre las redes sociales y la salud mental, y encontramos una importante limitación: casi todas las investigaciones, incluyendo la nuestra, buscan los efectos del uso en los usuarios. La pregunta científica más común ha sido: ¿Los adolescentes que pasan mucho tiempo en las redes sociales tienen peores resultados de salud que quienes las usan poco? La respuesta es sí, sobre todo en el caso de las chicas.

Sin embargo, creemos que este marco es inadecuado porque los teléfonos inteligentes y las redes sociales no solo afectan a los individuos, sino también a los grupos. El teléfono inteligente ha provocado un replanteamiento planetario de la interacción humana. A medida que los celulares se hicieron comunes, transformaron las relaciones entre pares, las relaciones familiares y la textura de la vida cotidiana para todos, incluso para aquellos que no tienen teléfono o cuenta de Instagram. Es más difícil entablar una conversación casual en la cafetería o después de clase cuando todos están mirando sus teléfonos. Es más difícil tener una conversación profunda cuando cada parte es interrumpida de manera aleatoria por zumbidos y vibraciones de “notificaciones”. Como escribió Sherry Turkle en su libro Reclaiming Conversation, la vida con los teléfonos inteligentes significa que “estamos siempre en otra parte”.

Un año antes de que comenzara la pandemia de COVID-19, un estudiante universitario canadiense nos envió un correo electrónico que ilustra el modo en el que los celulares han cambiado la dinámica social en las escuelas.

“La generación Z es un grupo de personas increíblemente aislado”, escribió. “Tenemos amistades superficiales y relaciones románticas superfluas que están mediadas y gobernadas en gran medida por las redes sociales”. Luego reflexionó sobre la dificultad de hablar con sus compañeros:

Apenas hay un sentido de comunidad en el campus, y no es difícil ver por qué. A menudo llego temprano a una conferencia y me encuentro con una sala de más de 30 estudiantes sentados juntos en completo silencio, absortos en sus celulares, con miedo a hablar y ser escuchados por sus compañeros. Eso conduce a un mayor aislamiento y un debilitamiento de la identidad y la confianza en uno mismo, algo que sé porque lo he experimentado.

Todos los mamíferos jóvenes juegan, en especial los que viven en grupo, como los perros, los chimpancés y los humanos. Todos esos mamíferos necesitan decenas de miles de interacciones sociales para convertirse en adultos socialmente competentes. En 2012 era posible creer que los adolescentes obtendrían esas interacciones a través de sus teléfonos inteligentes, tal vez muchas más. Pero a medida que se acumulan los datos acerca de que su salud mental ha empeorado desde 2012, ahora parece que las interacciones sociales mediadas de manera electrónica son como calorías vacías. Solo hay que imaginar cómo sería la salud de los adolescentes en la actualidad si hubiéramos eliminado el 50 por ciento de los alimentos más nutritivos de sus dietas en 2012 y hubiéramos sustituido esas calorías por azúcar.

Entonces, ¿qué podemos hacer? No podemos retroceder a la era anterior a los teléfonos inteligentes, ni tampoco querríamos hacerlo, dados los muchos beneficios de la tecnología. Sin embargo, podemos tomar algunas medidas razonables para ayudar a los adolescentes a obtener más de lo que necesitan.

Un paso importante es dar a los niños un largo periodo diario en el que no se distraigan con sus dispositivos: la jornada escolar. Los celulares pueden ser útiles para ir y volver de la escuela, pero deberían estar fuera de su alcance durante la jornada escolar para que los estudiantes puedan practicar el arte perdido de prestar toda la atención a las personas que los rodean, incluidos sus profesores.

Un segundo paso importante es retrasar la edad en que comienzan a usar redes sociales; lo ideal sería mantenerlas fuera de las escuelas primarias y secundarias por completo. En la actualidad, muchos niños de 10 y 11 años simplemente mienten sobre su edad para abrir cuentas y, cuando lo hacen, otros niños no quieren quedarse atrás, por lo que se sienten presionados a usar también las redes.

Como mínimo, las plataformas deberían ser legalmente responsables de hacer cumplir su edad mínima declarada de 13 años. Dado que las plataformas de redes sociales no han utilizado métodos de detección consecuentes, deberían estar obligadas a implementar la verificación de la edad y la identidad para todas las cuentas nuevas, como lo han hecho muchas otras industrias. Los usuarios verificados podrían seguir publicando bajo seudónimos, y la verificación podría ser realizada por terceros fiables en lugar de las plataformas.

Incluso antes de la pandemia de COVID-19, los adolescentes se sentían cada vez más solos en la escuela. La rápida transición a la vida social mediada por teléfonos inteligentes en torno a 2012 es, como lo hemos demostrado, la principal sospechosa. Ahora, después de casi dieciocho meses de distanciamiento social, miedo al contagio, ansiedad en la crianza de los hijos, escolarización a distancia y mayor dependencia de los dispositivos, ¿guardarán los estudiantes de manera espontánea sus celulares y volverán a socializar en persona a la vieja usanza, al menos durante las horas que estén juntos en la escuela? Tenemos una oportunidad histórica para ayudarlos a hacerlo.

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Jonathan Haidt (@JonHaidt) es psicólogo social en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York y coautor de The Coddling of the American Mind. Jean M. Twenge (@jean_twenge), profesora de Psicología en la Universidad Estatal de San Diego, es autora de iGen: Why Today’s Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy — and Completely Unprepared for Adulthood.

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